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RECORDANDO A TAGORE

(en el cincuentenario de su muerte)

Shyama Prasad Ganguly

Profesor de la Universidad JNU de la India

 


El 7 de agosto de 1991 se cumplieron cincuenta años de la muerte de una de las máximas figuras culturales del Patrimonio Universal, el gran vate bengalí, Rabindranath Tagore [Premio Nóbel, 1913] con cuya obra “Gitanjali” (Ofrenda lírica), traducida al inglés por él mismo, estalla la curiosidad intelectual y popular del occidente hacia la creación del poeta de la India. Hoy, al observar la profundidad de su encanto, especialmente en Bengala, a pesar de haberse cumplido medio siglo de la época postagoriana, caracterizada por tantas rupturas, nos parece sobrado motivo para recordar la trascendencia de su labor colosal y así rendirle homenaje a un sabio ciudadano del mundo que aun obrando en un marco colonial pudo llagar a ser un soberano literario sin par ofreciendo prolijamente al mundo más de trescientos mil versos, dos mil canciones con música y ritmo personal, invariable hasta hoy, una inmensa producción en prosa en los diversos géneros como, teatro, aforismos, prosa poética, novelas, cuentos, cartas, ensayos, todos con una variedad de temas, ideas y reflexiones amplísimas, además de centenares de pinturas y dibujos de diversas formas y temas, belleza y color, todo lo cual demuestran la naturaleza de su comunión con el mundo y su capacidad de responder continuamente a nuevos valores, exigencias estéticas y situaciones artísticas, políticas y sociales.


Será esta fecha motivo para diversos actos solemnes en muchas partes de la India. La Academia de Letras en Nueva Delhi tiene planeado un Seminario sobre “Tagore y su visión de la India”, con participación asegurada de numerosos historiadores, politólogos y literatos destacados. La misma Academia está patrocinando un proyecto de publicación de los escritos del poeta en inglés. La comunidad hispánica de la capital ,a través de un acto de la Embajada de Colombia en Nueva Delhi, hará patente el aprecio hispánico hacia la personalidad de Tagore. Pero en la Bengala occidental y en Bangladesh, que anteriormente era la Bengala oriental, espacios ambos cuyos habitantes le vienen venerando al poeta como parte integrante del existir cultural diario, no faltará ni un sólo barrio ni escuela donde no tenga lugar algún acto en homenaje al Poeta. Y sobre todo la Vishwabharati en Santiniketan – la institución al aire libre que él fundó y soñó en convertirlo en un hogar íntimo para hombres y mujeres de todo el mundo – volverá a vivir el día triste de su última despedida hace 50 años. El aire se llenará en toda Bengala de las canciones que él compuso y la puso música y que son la expresión inequívoca de la identidad bengalí en el mundo entero.


Todos estos actos cobrarán sentido y mayor fuerza en estos tiempos que atravesamos únicamente si los pensamientos y el quehacer del sabio poeta nos impulsen a conmovernos de la luz que quiso vislumbrar él en torno a las verdaderas dimensiones del espíritu del ser de carne y hueso. A pesar de su talento sobrehumano, en todas sus actuaciones y creaciones dejó la huella de un ser humano profundamente involucrado en las alegría y sufrimientos del ser común, padecidos personalmente. Sorprende pensar que la mayor parte de su creatividad sucesiva surgía de sus propios esfuerzas exitosos de superar los conflictos dolorosos personales y de la sociedad en que vivía.


Una de las razones que le impulsó a traducir su Gitanjali al inglés era su gran deseo de establecer la comunicación poética con los poetas y lectores del mundo entero cuya reacción posterior tan abrumadora le obligó a continuar haciendo sus propias traducciones. Esta exigencia contribuyó al hecho de que no pudiera mantener el mismo nivel de calidad, lo cual, junto con razones generacionales de cambio de sensibilidad y el brote de nuevos movimientos así como las duras críticas contra el mensaje del Oriente no sólo a nivel literario sino también político, hizo que se apagara en el occidente la exuberancia inicial por la obra del maestro. España parece ser el único país en Europa en donde generaciones sucesivas de lectores han sostenido un interés continuo en e. ¿ Será porque fuera transformado a un Tagore español por la pareja Jiménez? No cabe la menor duda de que la circunstancia de que uno de los mejores poetas de España se encargara de participar continuamente en la traducción de las obras del poeta indio explica la supervivencia de este en el mundo hispánico. No es que Tagore, al entrar tan triunfantemente al ámbito literario español por la labor de Juan Ramón y Zenobia Camprubí precisamente en el momento indeciso en que se estaba “torciendo el cuello del cisne modernista”, se escapara de una dura crítica por parte de los defensores acérrimos de los valores occidentales en España. La recepción de Tagore en España a raíz de las fuerzas antagónicas es un tema fascinante que he intentado captar en un libro publicado en Calcuta para conmemorar el centenario del natalicio de Zenobia Camprubí de Jiménez. No es esta la ocasión adecuada para adentrar en dicho tema pero debo indicar su trascendencia puesto que intervinieron figuras importantísimas en la concretización de esa recepción. Así comenzando con la pareja Jiménez misma, figuran involucrados en el tema las muy destacadas personalidades como Pérez de Ayala, Vicente Risco, Ortega y Gasset, la Pardo Bazan, Engenio D’ors, Gregorio Marañon, Lorca, Manuel Machado, Ramón Gómez de la Serna, Ricardo Gullón, Gerardo Diego, Francisco Garfias, Diez Canedo y otros críticos posteriores como Emilio Gasco Contell, Graciela Palau de Nemes, Seferino Santos Escudero etc. entre otros.


Sin embargo, esta intervención y así mismo otras muchas traducciones en varios idiomas de España impulsados por el continuado interés editorial no ha sido suficiente para dar a conocer todas las facetas del poeta. Emilio Gascó Contell publicó la traducción de la obra Meditaciones (Sadhana) en 1961 en donde destaca dicha faceta de Tagore como pensador involucrado en el problema civilizacional. Pero debe advertirse que este libro pertenece a una etapa muy anterior y que fue traducido ya en 1942 en Buenos Aires por Sady Concha y Aliro Carrasco.


América Latina conoció a Tagore a través de la pareja Jiménez y también por esfuerzos propios de dos destacadas personalidades de Argentina, Joaquin V. González y Victoria Ocampo, así como del ilustre mexicano José Vasconcelos. Es curioso notar cómo Zenobia y Ocampo fueron las dos canales femeninas de su enlace hispánico y el compañerismo espiritual que las dos mujeres le ofrecieron es un tema de sumo interés que todo estudioso de Tagore debe conocer. Pero mientras que el poeta no pudo honrar su compromiso de visitar España en 1921, a pesar de los preparativos realizados por Zenobia y Juan Ramón hasta el más mínimo detalle incluso la escenificación de una pieza teatral del Tagore (El Sacrificio) en que participaba Lorca, sí que pudo gozar de la hospitalidad que le ofreció Victoria Ocampo en Argentina cuando por mala salud tuvo que abandonar su viaje al Peru para asistir los actos del centenario de la Independencia de aquel país. Este último acercamiento y amistad íntima produjo una cosecha artística muy fecunda. Ocampo no sólo fue motivo de una creación poética sino que le animó personalmente a Tagore que se dedicara más al cultivo de su talento de dibujar y pintar, faceta que iba a tener tanta envergadura en los últimos quince años de su vida.


El vínculo hispánico se hace patente no sólo en los años de madurez del poeta sino también durante su niñez. En sus Reminiscencias escritas a la edad de 53 años Tagore nos cuenta de un personaje español, el padre jesuita Alfonso de Peñaranda a quien le cobró mucha simpatía a la edad de 14 años en la escuela de San Javier donde se encontraba internado como alumno en 1875. De ese personaje añora Tagore diciendo: “Yo me sentía en presencia de una gran alma e incluso hoy su recuerdo parece darme un pasaporte al silencio cerrado del templo de Dios”. Así mismo, en medios españoles algunos comentaristas han hablado de la amistad y colaboración de un músico catalán Casanova Pallardá con Tagore, aun hasta creer equivocadamente que fue ese músico autor del himno nacional de la India. Pero se debe admitir que el sentimiento más profundo de una intimidad silenciosa y espiritual lo atestiguan las cartas de Zenobia a Tagore escritas entre 1915 y el 1921 así como los cinco poemas cortos casi monológicos de Juan Ramón dedicados a Tagore y descubiertos muy posteriormente en donde se percibe la profunda naturaleza del panal eterno que fue éste para aquel.


No queremos terminar esta crónica en homenaje a Tagore sin comentar que, de la inmensa producción literaria de sus últimos diez años la mayor parte del occidente tiene pocas noticias. Pues, los críticos y poetas occidentales tuvieron acceso sólo a aquella parte limitada de su obra que fuera traducida al inglés. Sólo entre 1930 y 1941 hubo 52 obras y colecciones nuevas en distintos géneros además de un gran número de pinturas. Se publicaron otras 23 después de su muerte.


En España han seguido apareciendo las obras anteriores con alguna regularidad pero salvo una colección titulada “últimos poemas” – traducción de Mariano Antolin Rato – no se nota ningún título nuevo. Sería provechoso conocer esa etapa posterior de gran madurez de Tagore cuando su genio creador manifiesta de nuevo su continuo evolucionar aún en una época larga de enfermedades recurrentes y pensamientos doloridos. Y es increíble notar que de en medio de esta situación emerge un nueva Tagore en respuesta a la crítica de los poetas jóvenes que rebelaron tanto contra su dicción poética, estética y métrica como también contra su fe en un universo moral. Lo importante, sin embargo, es ver que todos sus soñados ideales se surgieron de su profunda fe en el ser humano visto en una íntegra totalidad. Y por eso, toda su expresión artística se dirigía a enriquecer la vida humana. Su pensamiento y compromiso emanaron no como resultado de un ejercicio intelectual sino de su experiencia como un verdadero artista en comunión con el mundo con el mundo.


Si el occidente hoy lo conoce como intérprete de las más bellas cosas y como creador por excelencia del espíritu más fresco y fino de amor y devoción sacados de elementos más comunes y elevados, apenas ha conocido la hondura de sus sufrimientos de la época posterior al son de la insensibilidad despiadada y la inmisericordia del mundo. Pero esta percepción de la situación existencial del mundo intensifica su amor por los seres que lo habitan. Dice él en un poema


“En las palabras de sangre

yo vi

mi ser.

Me conocí

mediante injurias

y dolor.

La verdad es dura

y nunca engaña

amé a esa dureza.


Es este amor lo que le inspira a captar en una síntesis creativa el entero proceso histórico, de lo mas mundano a lo más fino. Es por eso que si vemos su obra en su totalidad, resulta imposible buscar algún aspecto de nuestra existencia social que no fuera captado en su peregrinaje artístico en el reino de este mundo, montado en la “carroza del tiempo”. Y cuando llega la carroza a su inminente destino final, de la pluma de este hombre purificado por el dolor físico, sale la visión de la muerte como “luz eterna sin espacio ni tiempo”. Dice Tagore:


Cuando llega la muerte y susurre a mis oídos :

“tus días terminan ya”,

déjenme decir: “he vivido en amor

y no en mero tiempo”.


Entonces ella querrá saber: “¿vivirán tus cantos?”

Yo le diré : “no sé, pero eso sí que

cuando canté, tantas veces encontré mi eternidad”.


 


*Este texto fue publicado en “Culturas” del periódico “Diario 16” de España el 7 de agosto de 1991.

TAGORE